Javier Díaz, psicólogo y escritor, habla del suicidio de su madre y reclama visibilizar más las enfermedades mentales.

Javier Díaz sufrió el revés más grande de su vida hace doce años por el suicidio de su madre. Transitó un camino difícil hasta que desapareció el sentimiento de culpa para dar paso al perdón y a las ganas de ayudar a los demás. Ahora lucha por visibilizar las enfermedades mentales y conseguir que en España haya un buen programa de prevención del suicidio. De ahí el pseudónimo que ha elegido en las redes sociales: @javiviendo

El tabú o el silencio de los medios de comunicación ya no tiene cabida: “Cuanto más se habla del suicidio, más se puede prevenir un hecho tan doloroso como el que yo he vivido”. Los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) son alarmantes. Hay muchas más muertes por suicidio que por accidentes de tráfico. En concreto, en 2020 fallecieron 1.403 personas en las carreteras, mientras que 3.941 se quitaron la vida. Una tendencia que se mantiene desde hace varios años y que se disparó durante el confinamiento por el coronavirus. De hecho, la cifra es un 7,4% superior a la de 2019, con 270 suicidios más. De media, cada día se quitan la vida once personas en España; una cada dos horas y cuarto. Más de 4.000 vidas al año.

#suicidio

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TRANSCRIPCIÓN:

Hola soy Javier Díaz Vega. Soy esposo y padre. Soy licenciado en psicología y vengo a Haciéndote preguntas para hablar del suicidio.

– Yo a veces estoy triste, ¿eso es malo?

– Pues para nada, Pedro. La tristeza es una emoción que es pasajera. A veces dura un poquito más, a veces dura un poquito menos, pero es algo que nos pasa a todos. A veces sabemos porqué estamos tristes y a veces no. Lo mejor que podemos hacer es aprender a comunicarlo a nuestros padres, a nuestros abuelos, a nuestros amigos… Porque la tristeza no es algo malo. Es una emoción que nos puede ayudar a comunicarnos con los demás. Y qué bueno es tener a alguien con quien compartir, no solo lo bueno que nos pasa, sino también lo malo.

– Si la tristeza es tan normal, ¿porqué nos cuesta tanto decir que estamos tristes?

– Pues mira Pedro, yo creo que a veces nos empeñamos tanto, tanto, en estar bien, en estar siempre alegres, que creemos que la tristeza es sinónimo de fracaso. Y no está mal estar triste. A veces es lo más normal del mundo. Lo que pasa es que a veces la sociedad nos lanza muchos mensajes de sonreír mucho y estar siempre alegre y todo está muy bien, y al final eso hace que nos dé un poco más de vergüenza comunicar que nos pasa algo que nos hace estar tristes. Yo creo que lo más importante de todo es poder escucharnos, no solo cuando estamos alegres, sino también cuando esa alegría pues no la alcanzamos o hemos tenido algún problema.

– Javi, por favor, ¿me cuentas tu historia?

– Pues mi historia es la historia de mi madre. Mi madre desde quizá muy joven padecía una depresión y vivió con ella muchísimos años. Se casó y tuvo dos hijos, a mi hermano y a mi, y hace 12 años se suicidó. Me pasa mucho que cuando la primera vez que oí la palabra “superviviente del suicidio” sobre aquellas personas que han tenido familiares o gente muy cercana que ha vivido el suicidio, me pareció que estaban hablando de una catástrofe natural cómo sobrevivir a un terremoto y me di cuenta enseguida que es lo que me había pasado a mí. El terremoto vital que supone perder una madre de la forma que sea es muy duro. Es muy duro a cualquier edad. Yo perdí a mi madre con 22 años estudiando psicología, precisamente. Pero el terremoto del que además tenía que hacerme cargo es de una gran y terrible pregunta es porqué, porqué mi madre se ha suicidado. Creo que a pesar de todo fui un privilegiado porque no hui de la pregunta, porque el el shock inicial no me dejó en ese silencio incómodo que supone hablar de este tema, y a mí eso no me pasó. También porque creo que he vivido el suicidio de mi madre pues desde una fe que ella misma me transmitió y que también a través de muchas personas que comparten esa fe, dentro de la iglesia, me han ayudado a salir adelante, a tener esperanza. Y también a estar hoy aquí, pues intentando que al contar mi historia otras personas puedan también contar la suya y podamos tratar un tema que sabemos que cuanto más se habla y mejor se habla de él más se puede prevenir un hecho tan doloroso común como el que yo he vivido.

– ¿Porqué el suicidio ha sido y en gran medida sigue siendo un tema tabú?

– Yo creo que, en el fondo, el suicidio desenmascara un fracaso como sociedad al no entender bien este problema y las múltiples causas que pueden llevar a una persona al suicidio: no sólo puede ser un trastorno mental como la depresión o la adicción a medicamentos, puede haber una situación desesperada a nivel emocional, a nivel personal respecto a sus relaciones familiares, a nivel económico… Hay tantos factores y hay tanta incomprensión que digamos que es más fácil tapar, o a veces tristemente también es más fácil edulcorar o justificar el suicidio. Creo que a la sociedad le da bastante vergüenza mirar cara a cara, no solo ya los datos del suicidio que son gravísimos, sino reconocer que detrás de cada dato hay una persona y una familia alrededor que sufre.

– Has escrito un libro que se llama “Entre el puente y el río”, ¿cuentas tu propia historia?

– Sí. “Entre el puente y el río. Una mirada de misericordia ante el suicidio”. Yo no quería escribir un libro, no era una pretensión de estas típicas que se dice ¿no? pues para ser una persona realizada tienes que plantar un árbol, escribir un libro y tener un hijo. Lo de plantar un árbol está bien, lo de un hijo muy bien –es lo mejor que me ha pasado en la vida–, pero escribir un libro solo lo he hecho porque entendí o me hicieron entender que era necesario hablar de esto, no sólo desde un punto de vista profesional, porque yo no soy el profesional más y mejor capacitado para hablar del suicidio –ojalá–, pero sobre todo desde un punto de vista personal. Por eso me invitaron a contar mi historia, antes incluso que formarme o especializarme en este ámbito tan doloroso, empezar por la propia persona, empezar por mi propia experiencia y es algo que me costó un montón. Pero a la vez, esas lágrimas que salían de mí cuando escribía no eran solo por la tristeza de recordar los momentos tan dolorosos, sino también era un dolor de gratitud, de gratitud hacia mi madre, porque siempre me enseña cosas incluso cuando ella no está. Por eso ha tenido un efecto, digamos, terapéutico en mí y con tan solo una persona que haya ayudado, ha merecido la pena y puedo dar gracias a que todavía hoy, después ya de un poco más de un año , ese libro sigue ayudando.

– En tu experiencia personal hablas de culpa y de perdón, ¿qué papel tuvo cada uno en tu caso?

– Pues Marta, yo creo que la culpa aparece, apareció casi automáticamente de conocer, reconocer enseguida la situación del suicidio de mi madre. Digamos que fue como una sombra constante de culpar o de culpar a mi madre, a mi padre, a mi hermano, al médico o psiquiatra. No tanto culpar a Dios, pero si decirle ¿dónde estabas tú? Y al final de forma inevitable, porque sucede así con la culpa, es ¿dónde estaba yo? Por eso, aunque la culpa, esos sentimientos, esos pensamientos, son tan dolorosos, hay que aprender a perdonar y decir: “no es culpa de nadie, no es culpa de nadie”. Y es liberador, y es algo que a mí me ha ayudado a estar en paz con conmigo mismo, con ella y con Dios.

– En todo este proceso, ¿te has sentido alguna vez incomprendido?

– Muchísimo. Pero no me sentiré incomprendido por maldad, por que han pasado de mí o porque han menospreciado el dolor, yo creo que todo lo contrario. Cuando le cuentas a alguien, le dices sin tapujos, como era mi caso, “mi madre se ha suicidado”, nace una incomprensión natural. Incluso las personas a las que yo les agradeceré de por vida que estuvieron ahí, estaban ahí y poco más. Porque no sabían qué decir. Entonces era una incomprensión, pero a la vez era un acompañamiento. Esto es a lo que tenemos que aspirar como mínimo. Eso sí, también creo que es importante que comprendamos cada vez más y mejor la realidad del suicidio para poder acompañar mejor y que esa incomprensión quede para gente que no quiere escuchar este tipo de cosas, que espero que cada vez sean menos.

– ¿Cuánta importancia tiene compartir con otros aquello que estás viviendo en el duelo?

– Pues para mí ha tenido una importancia fundamental para, entre otras cosas, sentarme hoy aquí. Hablar del suicidio de mi madre, a pesar del dolor de las preguntas, lo considero casi como una Gracia sobrenatural, porque creo que es muy difícil y porque a lo largo de los años y escuchando a muchas personas que han pasado por un sufrimiento similar entiendo que el shock, el dolor, el silencio del tabú que todavía existe en la sociedad, la vergüenza, la culpa, es algo que empuja a callarse, no hablar del tema. Y hay gente que vive con ese dolor durante tanto tiempo porque no ha tenido unas personas que puedan escuchar, ¿no? Necesitamos ser más empáticos los unos con los otros para para vivir, para aprender a sufrir juntos y vivir con esperanza.

– Javier, ¿se pueden salvar vidas hablando del suicidio?

Sí. Por eso se debe hablar del suicidio, porque el silencio mata. Tenemos que aprender a hablar y también, sobre todo, aprender a escuchar, a escuchar que la gente sufre, a escuchar no sólo que la gente sufre, sino que hay salida a ese sufrimiento, y esa salida no es el suicidio, esa salida es ayudarnos y aprender a acompañarnos, y aprender a superar las tantísimas dificultades que tiene la vida. El silencio por tanto mata y hablar del suicidio puede salvar vidas.

– ¿Qué crees que necesita un país como España para reducir el número de suicidios?

– Uf, muchas cosas, muchas cosas, Marta. Te pongo un ejemplo, España está a la cola de profesionales de salud mental en el sistema público de salud, no dan abasto. Y las facultades de psicología están llenas, cuesta entrar en psicología. Fíjate dónde estamos. A nivel social, por especificar un poco, creo que tenemos que terminar de entender que el suicidio es un problema muy grave, que hay más muertes por suicidio que por accidentes de tráfico, estamos hablando de 11 suicidios al día, casi 4.000 personas al año se suicidan en este país y no hay un plan de prevención a nivel nacional. Creo que no hay que dejar de hacer un llamamiento a los responsables políticos quienes dirigen este país para que se tomen verdaderamente en serio este problema y rememos juntos en una dirección que es la prevención, cada uno en la medida de sus posibilidades y en la situación en el papel que vive como persona.

– ¿Cómo podemos ayudar a una persona que creamos que está en riesgo de suicidio?

– Tenemos que empezar por lo básico que es aprender a escuchar de una forma activa y hace falta un espacio y hace falta un tiempo en el cual esa persona pueda expresarse con libertad, sin juicios ni condenas. Para eso también ,como sociedad, por un segundo apunte, necesitamos normalizar las enfermedades mentales. Normalizar no es justificar, no es decir que están bien, ni muchísimo menos. Creo que como sociedad, por ejemplo, hemos avanzado a la hora de normalizar enfermedades como el cáncer. En eso hemos avanzado y, gracias a Dios, también en la prevención del cáncer estamos avanzando. Pero en la prevención del suicidio no avanzamos casi nada y es algo que a día de hoy afecta a miles de personas y a miles de personas relacionadas con la persona que se ha suicidado. Se están haciendo algunas cosas, pero da una sensación de maquillaje, que no terminamos de entender la gravedad del problema y de entender, sobre todo, que todos en la medida de nuestras posibilidades podemos ser agentes de prevención.

– Bueno, aunque el tema es tan amplio y tan profundo, vamos a intentar irnos con algo de ilusión. Por eso yo quiero preguntarte, ¿qué es para ti la esperanza?

– A mí me gusta pensar, y sobre todo lo pienso porque lo he vivido así, que la esperanza no está en el final del camino, está en el camino. En mi camino con una sombra de dolor, de culpa, tan grande encontré esperanza. La esperanza no está en la victoria, está en la lucha. Es en la lucha, en la sombra de la noche, donde uno puede encontrar las estrellas. Y yo estoy aquí por eso, no simplemente para hablar de algo tan doloroso como el suicidio, sino que desde mi propia experiencia del suicidio, poder hablar de esperanza y poder, en la medida de mis posibilidades, transmitir que siempre hay esperanza.

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