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"Cuando me recogieron, los camilleros me dieron por muerto."
“Gracias a esta enfermedad, he descubierto que tengo una familia excepcional.”

Rodrigo Valdecantos presume de familia y amigos. Especialmente desde que un ictus le inmovilizó la parte izquierda del cuerpo. Todos se volcaron en su ayuda para comenzar de cero y dejar atrás su trabajo en un negocio de alimentación o sus partidas de pádel. El accidente cerebrovascular le ha postrado en una silla de ruedas, pero ha enriquecido su espíritu y su fe. Se considera ejemplo de supervivencia, que no de superación, y anima a la sociedad a valorar lo que se tiene en lugar de lo que no se tiene.

Rodrigo sigue fielmente la expresión “quitarle hierro al asunto”. Le gusta decir que mide 1.40, pero que antes alcanzaba 1.80, o que, “de vez en cuando”, se le cae un brazo. En realidad, son parte de las secuelas del ictus que sufrió hace años y que dañó su hemisferio derecho con la consiguiente afectación del lado contrario de su cuerpo. La parálisis parcial le obligó a desplazarse en silla de ruedas cambiando su rutina por completo. Ya no puede realizar su antiguo trabajo en una empresa de comercialización de producto fresco y a cambio acude de lunes a viernes a rehabilitación en un Centro de Día. Sin embargo, disfruta más que antes del “regalo” de la vida: “Dios me salvó y el ictus ha fortalecido mi fe”. Valora más una conversación con un amigo y, en momentos de flaqueza, ofrece su sufrimiento para la solución de problemas de los demás o por la redención de las ánimas. Se siente en paz.

Según datos de la Sociedad Española de Neurología (SEN), entre 110.000 y 120.000 personas sufren cada año un infarto cerebral en nuestro país y la mitad presenta luego graves secuelas o fallece. A nivel mundial, anualmente la cifra alcanza los quince millones. Cinco millones de ellas mueren y otros cinco desarrollan una discapacidad permanente.

Valoro más que antes la llamada de un amigo para conversar. – Rodrigo Valdecantos en #HaciéndotePreguntas. Click to Tweet

A Valdecantos el infarto cerebral le mantuvo mes y medio en coma en el Hospital Puerta de Hierro de Madrid con pronóstico incierto. “Cuando me recogieron los camilleros me dieron por muerto. No respiraba, no hablaba, no movía nada ni tenía sentido del tacto. Era un vegetal”. Cuenta lo que le pasó con naturalidad, pero recalcando lo agradecido que está de haber descubierto la bondad de los que le rodean: “La verdadera vara de medir se ve en los momentos de dificultad”.

Es importante reconocer los síntomas de un ictus para minimizar sus posibles secuelas: pérdida de fuerza en la mitad del cuerpo, dificultad para hablar, falta de sensibilidad u hormigueos, dejar de ver súbitamente por un ojo o tener un dolor de cabeza muy intenso. Además, según el SEN, el 90% de los casos se podría evitar con una prevención que pasa por el tratamiento de factores de riesgo: hipertensión, diabetes, colesterol alto, tabaquismo, obesidad, vida sedentaria o enfermedades cardiacas previas.

Al Centro de Día donde Rodrigo recibe terapia van personas con dolencias fruto de un accidente cerebrovascular. Él ya se ha adaptado, pero reconoce que al principio tuvo altibajos: “Un día, algo cansado, le pregunté a un compañero cuánto tiempo llevaba en rehabilitación. ‘Exactamente 26 años’, me dijo. Yo llevo solo 3. Estas cosas te ayudan a relativizar y a no quejarte”.

En su nueva etapa, afirma que su familia es imprescindible, sobre todo sus hermanos, que no se apartan de su lado y se volcaron con él desde el primer momento. “El que tiene dinero, lo ha puesto a mi disposición. El que tiene tiempo me ve a diario. Y la que no tiene tiempo ni dinero, me organiza la casa”. Las muestras de cariño y ayuda le hacen creer que la sociedad está preparada para convivir con los discapacitados y entender sus necesidades, aunque da un tirón de orejas a los gobernantes: “Los que mandan tienden a considerarnos como un problema y un gasto continuo de recursos materiales y humanos”.

La verdadera vara de medir se ve en los momentos de dificultad."

Rodrigo Valdecantos

Rodrigo exprime cada día al máximo y, en caso de bajones, se aferra a su fe: “No me considero un ejemplo de superación, pero sí de supervivencia. Cuanto más tiempo sobreviva, más cerca estaré de superarlo. Pasito a pasito, como el Cholo Simeone”.

Este madrileño no pierde nunca el humor. Fue un joven actor, con 9 años, cuando le contrataron para participar en las películas del famoso grupo “Parchís” en los años 80. Hizo seis películas y,  como él mismo reconoce, -“me escogieron por gordito simpático”-. Esa simpatía sigue siendo su mayor distinción.

“La sociedad está más preparada para los discapacitados que los gobernantes”
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