Hasta donde han estudiado los historiadores, la pornografía siempre ha existido. Hay innumerables ejemplos en el arte, como los bajorrelieves eróticos del siglo XIII en el templo de Suria, en India. También en las ruinas de la ciudad romana de Pompeya, donde se encontraron cientos de frescos y esculturas sexualmente explícitas hace miles de años.

Nada nuevo en un instinto tan antiguo como la especie humana. Sin embargo, desde la aparición de internet, el consumo pornográfico se ha disparado hasta niveles problemáticos, adictivos y que incentivan una visión distorsionada de la sexualidad. Los tentáculos de la pornografía alcanzan de lleno un espectro de la población muy vulnerable: los jóvenes.

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